El otro día estábamos comiendo en un restaurante y todo fue mal. El tiempo largo, larguísimo, la carne fría.
Me dolía el alma por esa buena y enorme vaca sacrificada para nada pero así es la vida: muchos sacrificios no valen nada, solo son gestos estúpidos e inútiles.
El caso es que yo en esto tengo una filosofía extraña. No monto pollo, no protesto mucho.
Oiga, perdona, si lo puedes pasar un poco, que aún la oigo mugir, y así.
Digo que es extraña porque muchas veces lo que acabo es sintiéndome estúpido. Algo tonto. La diferencia entre no protestar por algo y que te coman el pescao es sutil.
Es fácil querer pagar con un camarero lo que uno no puede pagar con la vida. A veces pagamos con los demás las mierdas que tenemos con los otros. Es más fácil gritarle a tu pareja que a tu jefe o a ti mismo.
Pero ojo, también es fácil querer sacar la dignidad con un cliente en lugar de con el cocinero gritón o el encargado ramplón. El problema aquí es que esa (la del camarero contra el cliente) es una batalla perdida.
Si como mal en tu restaurante no te lo digo porque paqué.
Puede haber sido un mal día o un sitio en el que todos los días son malos. Da igual. Simplemente me quedo con lo que puedo: con la charla, con el vino, con el pan. Y no vuelvo.
¿Que tal todo? Pues bien, pues la cuenta, pues hasta luego Maricarmen.
El problema de esta filosofía tan divertida de dejarse estafar en sitios es que te puede acabar convirtiendo en un pelele.
Creo fue a Cortazar al que le escuché contar una vez un pequeño cuento sobre la sensación que te provoca cuando en una fiesta o donde sea, alguien te mete un corte espectacular y la réplica, la réplica perfecta, solo te viene a la lengua luego, cuando ya no estás allí, cuando ya no importa nada.
Hay un capítulo entero de Seinfeild dedicado a eso.
La vida es conflicto con pausas para la publicidad.
Saber qué conflictos quieres ganar y cuales es mejor olvidar se me antoja como algo complejo pero alcanzable. Una razonable dosis de sudapollismo para luego, en lo importante, dar el callo.
Preocuparte por lo importante de la vida y no por lo accesorio. Olvidar a la camarera y a Luis Enrique o el que toque esta semana y pensar algo más los conflictos importantes, los que tenemos que resolver, los que suelen implicar a la gente que importa. Porque sino, al final, lo único que queda es tedio, vacío, indiferencia.
Y después, nada.
Lo que escucho
Aiko el grupo
Esta semana ha sido loca.
Loquisima: del Campo Charro a la Ribera del Duero y de ahí a la capi del reino, vuelta por Salamanca a comer con J. y regreso a Valladolid para la comida de microbio.
El caso es que en esa locura ha habido felicidad pero mi cerebro mientras echaba kilómetros lo único que pedía era este pop gritón de Aiko el Grupo.
Hace meses que está canción me viene a la cabeza cada poco. En los momentos buenos y en los malos.
Será porque todos, al fin y al cabo creemos eso de que “a mi ya me iba mal de antes” incluso cuando nos va bien. Y justo ahí me descubro gritando como gritan ellas eso de:
Esto es una cabronada Esto es un castigo del señor Una injusticia, esto es terrorismo Prefiero tener suerte a tener buen corazón
Pd. Me encantaría (y a la vez entristecería) pensar que igual que para nosotros fue Al Amanecer para esta generación será este A mi ya me iba mal de antes. Todos necesitamos un canción pop que gritar.
Lo que veo.
Community
Llevo un tiempo viendo, a ratos, comedias de esas históricas, ya sabes, de lo bueno lo mejor.
El caso es que estoy viendo Community y no llevo ni dos temporadas y estoy enamorado de ella. De su locura en la que todo vale, de sus referencias que no entiendo y de las que se inventan.
Creo, eso también es así, porque las cosas te gustan más cuando las unes con otras cosas, que me está encantando porque hasta cierto punto veo en ella todo lo que luego será Rick&Morty y para que quiero más.
Dios salve a Abed y Troy.
Un libro
En la corte del Zar Rojo de Simon Sebag Montefiore
«Nunca daba órdenes directas —escribe el máximo dirigente que había puesto en Georgia, Charkviani—, de modo que uno tenía que sacar sus propias conclusiones». Stalin opinaba que «no importa a qué lado del lago tires la piedra, siempre se producirán ondas». En una ocasión mostró al líder que había impuesto en Abjasia, Mgeladze, sus limoneros, repitiendo la operación una y otra vez, hasta que el aparatchik comprendió lo que quería decir y declaró que Abjasia produciría limones para toda la URSS. —¡Por fin lo has cogido!
Mira a ver si cuando vuelvas por charrilandia te da para un café!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!