Ayer había niebla y en lugar de hacerse de día se hizo la nada.
Hay algo en la niebla de videojuego viejo, el mundo se crea a cada paso y descubres lo que viene cuando llegas y no antes.
Ahora que siempre parecemos saber a dónde vamos tiene que llegar la niebla para ponernos en nuestro sitio, para hacernos ir despacito no vaya a ser que lo que estaba ahí ya no lo esté.
Puedo imaginarnos, en aquellos años en que no sabíamos nada, imaginando la niebla como el manto de un dios que cierra el telón de la realidad para recolocarlo todo, para ajustar el sistema.
Cómo no imaginar el desasosiego, la angustia o el temor de un tipo que hace 4 o 5.000 años amanece en mitad de ningún sitio, pensando que quizá ya nada esté ahí, que sea esto la muerte, que todo acaba en esta cencellada vaporosa y fría.
Está todo ahí: todas nuestras invenciones, todas nuestras búsquedas de respuesta a qué es la vida y todo lo demás son esa familia amaneciendo un día de niebla sin saber qué es la niebla.
Menudo día de mierda.
En el precioso El infinito en un Junco, Irene Vallejo reflexiona mucho y bien sobre cómo las palabras conforman la realidad y nos abren el camino entre las tinieblas de la vida.
Comenzamos a entender el mundo, dice Vallejo, cuando “podemos ver las palabras, y reflexionar despacio sobre ellas, en lugar de solo oírlas pronunciar en el veloz rio del discurso”.
Quizá por eso Vallejo también nos cuenta que en aquellos tiempos “Siempre se leía en voz alta, incluso en privado. […] Las más antiguas creencias enseñaban que el aliento era la sede del espíritu de una persona. En las inscripciones funerarias tempranas, los muertos rogaban al paseante: «préstame tu voz», para revivir y anunciar quién yacía en el sepulcro.”
Salir a pasear con niebla es aventurarse en lo desconocido. Como entrar en un castillo con una antorcha, vas anunciando y reviviendo lo que encuentras. Le pones voz y ojos a la realidad y te vas fijando en ella, que es algo que hacemos poco y así esta se va creando tal y como era pero mejor.
La niebla sólo nos deja ver donde miramos, nada más allá, nada más acá.
A veces no hace falta niebla y es tu cabeza la que se sumerge en esa blanca oscuridad: hay días niebla en los que todo te pilla un poco a contrapie y de ti depende que por la tarde salga el sol, chipirón.
No está mal, tampoco, pillarte unos días de niebla para entender mejor dónde estás y donde vas.
Uno siempre va más lento cuando no ve más allá de dos metros, como cuando te levantas a mear en una casa que no es la tuya.
Hacer las cosas lentas en estos días rápidos tiene un punto punk y fíjate tú para lo que he quedado.
Dejar de decir “es que voy muy liado” para pasar a decir “ahí estamos, agustísimo”. O dejar de pensar que siempre hay otro sitio al que ir si ya estamos bien aquí.
Total, donde vamos a ir, con esta niebla.
Lo que escucho
La música, como los libros, tiene mucho de lo que llevas en la mochila. Hay cosas que uno no está preparado para leer igual que hay cosas que es mejor no escuchar cuando no toca.
Llegué a Rodrigo Cuevas por este temazo de Baiuca, así como por un lateral, y me abrió un mundo nuevo: el de lo de antes ahora.
Decía Nuria Pérez en su Gabinete de Curiosidades que uno debe conocer su territorio interior para poder ir más allá. Las canciones de Rodrigo se mueven en ese territorio mágico entre la infancia, la nostalgia por lo que oímos pero no escuchamos pero también lo que vendrá.
Justo donde algunos días quiero estar:
Nun m'enterrar en sagrao El día que yo me muera Nun m'enterrar en sagrao Enterráime nun práu verde Per onde pasti'l ganáu ¡Nun m'enterrar en sagrao!
Lo que leo
Me he puesto estos días a leer a Daniel Kahneman y su Pensar rápido, pensar despacio y me es imposible, mientras le leo, no recordar este Deshaciendo Errores de Michael Lewis.
Lewis cuenta la historia del propio Kahneman y Amos Tversky, los dos psicólogos que revolucionaron el campo de la toma de decisiones demostrándonos que en realidad todos somos más tontos de lo que nos creemos.
Así dicho parece poca cosa pero tanto Kahneman como Tversky vivieron vidas apasionantes -nacidos en el mundo previo a la Segunda Guerra Mundial, eran, como los Papas Guerreros, investigadores soldados- y unos caracteres complementarios que puestos juntos a pensar transformaron cómo los gobiernos implementan sus medidas o las empresas juegan con nuestros cerebros.
Imperdible y ahí va un trocito para recordarlo:
Danny y Amos no consideraban que su obra fuera la psicología de la gente estúpida. Sus primeros experimentos, que exageraban la debilidad de las intuiciones estadísticas de la gente, habían sido realizados por estadísticos profesionales.
Por cada problema sencillo que lograba engañar a los estudiantes, ellos habían sido capaces de crear una versión más complicada capaz de engañar también a los profesores. Y hubo unos cuantos académicos a los que no les hizo gracia esa idea.
«Si le das a la gente una ilusión visual te dicen: “Me han engañado mis ojos” —decía el psicólogo de Princeton Eldar Shafir—. Si les das una ilusión lingüística, los engañas, pero dicen: “No pasa nada”. Pero si les das uno de los ejemplos de Amos y Danny te dirán: “Me estás insultando”.»
Lo que aprendo
En realidad no aprendo. De momento estoy simplemente flipando y sé que, más temprano que tarde acabaré entrando por esa madriguera.
Está todo nuestro sector revolucionado porque hay inteligencias artificiales que hacen cosas muy locas como escribir lo que tú quieras tan solo diciéndole cuatro cosas o crear un dibujo, una imagen, una fotografía que parece REAL con tan solo esas cuatro cosas que tú le digas.
Es tal el nivel en el que estamos (y es solo el principio) que ahora mismo puedes tirarte un rato y fallar más de lo que esperas adivinando cuál de todas estas imágenes está generada por una inteligencia artificial.
F. por ejemplo lleva un tiempo haciendo las imágenes de la newsletter de microbio y C. ha estado probando Jasper para escribir textos y, bueno, la cosa está que arde.
El caso es que voy recopilando información allí y allá y me falta ponerme pero es donde hay que estar. Lo que hay que aprender. Y no con miedo de que nos vaya a quitar el trabajo sino pensando en todas las posibilidades que da a la hora de agilizarlo.
Estas IA son plataformas perfectas para poner a nuestro cerebro a trabajar, que suele ser lo más costoso, y que tenga un punto de partida mucho más amplio que cuando uno se pone un domingo nublado cualquiera delante de un folio en blanco a ver de qué leches escribe.
Ese es el plan.
Ir despacio cuesta, por lo menos a mí, me cuesta. Habrá que invocar el baile de la niebla para intentar ir más despacio. Un lujo leerte Alex.